El oportunismo parece no conocer límites en la política cordobesa. Esta vez, el foco se posa sobre la legisladora del PRO Karina Bruno, cuya sorprendente cercanía con el entorno del actual intendente Eduardo Accastello no pasó desapercibida. En el reciente acto oficial de lanzamiento industrial de Stellantis en Córdoba —donde se puso en marcha la producción de la pick-up Fiat Titano—, Bruno fue vista no solo compartiendo el evento con la legisladora Verónica Navarro, esposa de Accastello, sino sentada a la par, intercambiando gestos de evidente cordialidad.

A simple vista, se trató de una actividad institucional que convocó a representantes de diferentes fuerzas políticas. Sin embargo, quienes conocen la historia local no tardaron en notar el contraste. En 2016, Karina Bruno ocupaba espacios mediáticos denunciando con vehemencia la corrupción kirchnerista, a la que asociaba directamente con el matrimonio Accastello-Navarro. “Estoy escandalizada por los sobreprecios en la obra pública que ejecutaba el Eninder”, declaraba por entonces, y exigía celeridad al fiscal Enrique Senestrari y al juez Ricardo Bustos Fierro para investigar el hallazgo de 290 mil dólares en una caja de seguridad vinculada a José Fernando Boldú y al propio Accastello, en el marco de la causa por la financiera ilegal CBI.
Aquella Bruno parecía dispuesta a llevar la bandera de la transparencia a cualquier costo. Pero hoy, la misma dirigente aparece alineada con el oficialismo provincial que conduce Martín Llaryora, y muy cerca del mismo espacio al que antes acusaba de corrupción estructural. ¿Qué cambió? ¿Convicciones transformadas o conveniencias políticas?
Lo cierto es que el “borrón y cuenta nueva” de Karina Bruno deja muchas preguntas abiertas. ¿Qué pasó con la indignación expresada en el pasado reciente? ¿Se resolvieron las causas judiciales que tanto la escandalizaban, o simplemente dejó de ser políticamente redituable señalarlas? El silencio que hoy la rodea contrasta con su antiguo estruendo.
Este viraje político es un nuevo ejemplo del pragmatismo que atraviesa la dirigencia argentina, donde los principios, como la mermelada del almacen, parecen tener fecha de vencimiento. Subestimando la memoria colectiva.
Mientras tanto, la ciudadanía observa —una vez más— cómo antiguos adversarios se convierten en aliados sin mayores explicaciones. En política, lo importante no es qué se dice, sino con quién se sienta uno en primera fila.